Dentro de las actividades extraescolares del departamento de Griego, el próximo jueves 18 de abril alumnos de Latín, Griego y del Programa d'Aprofundiment de nuestro centro asistirán, en el teatro romano de Sagunto, a la representación de la tragedia de Eurípides "Ifigenia en Áulide". Previamente habrán realizado, tras ser distribuídos en tres grupos, los talleres de Militaria, Etapas de la vida y Plaza de los dioses.
Vamos a hablar un poco de esta tragedia.
En sus dos últimos años de vida, en la corte de Macedonia, Eurípides
compuso tres obras: la perdida Alcmeón en Corinto, Las bacantes e Ifigenia
en Áulide. Esta última es una hermosa tragedia sobre el sacrificio de la
hija de Agamenón a la diosa Ártemis. El final de la obra se ha perdido o nunca
fue finalizado, y poseemos una reelaboración bastante posterior. La obra
intenta, sin conseguirlo, analizar el proceso espiritual por el que Ifigenia
evoluciona desde su primitivo temor a la muerte, hasta la serena aceptación del
sacrificio en favor del pueblo griego. El motivo para este cambio es trivial,
patriotero y suena a postizo, como si Eurípides no hubiera acertado en esta
ocasión su estudio psicológico. Ya Aristóteles vio en este cambio una total
falta de coherencia. Fue representada póstumamente por el hijo del autor,
Eurípides el Joven, el 405 a. C. La trilogía ganó el primer premio.
Es una de las más bellas creaciones de su autor y la agilidad en
el estudio de los caracteres vuelve a ser una de sus características. Se
intenta analizar en ella el proceso espiritual por el cual Ifigenia evoluciona
desde un primitivo temor a enfrentarse con la muerte hasta la tranquila y
serena aceptación del sacrificio a favor del pueblo griego. Aristóteles veía
como algo inconcebible el cambio de una forma de ser, φύσις, a otra
completamente diferente y estimaba de una total incoherencia la imagen de una
muchacha asustada e intranquila y su repentina mutación hacia una serenidad
asombrosa ante el sacrificio.
El sentido trágico llega de la mano del personaje de Agamenón, que debe
elegir entre su deber como estratego en jefe y su deber como padre. Ifigenia
posee la valentía de aceptar con coraje su destino (como otras jóvenes en
Eurípides), pero las decisiones de Agamenón se basan en sentimientos puramente
humanos.
La valoración de la Ifigenia en Áulide varía mucho según los enfoques de los críticos. Para H. D. F. Kitto se trata de una pieza melodramática de valor secundario, aunque de cierto interés para la historia literaria del teatro. En cambio, Albin Lesky declara su admiración por ella como una de las más logradas creaciones del viejo trágico: “Si en varias tragedias tardías de Eurípides se observa una nueva riqueza y también una nueva agilidad en el elemento psíquico, este desarrollo llega a su culminación en una de sus creaciones más bellas, Ifigenia en Áulide”. Cree Lesky que Aristóteles, que en su Poética, 1454 a, había criticado la variación de actitud de Ifigenia como algo «anómalo», no logró comprender todo el arte de Eurípides en sus progresos por expresar «todo el contenido psíquico» de sus personajes. En esta presentación de caracteres que no son de una pieza, que vacilan y cambian de opinión en el curso de la trama, es desde luego la Ifigenia un paso más, después del Orestes. No es sólo el famoso cambio de Ifigenia, «anómalo» según Aristóteles, porque la joven suplicante del comienzo es distinta de la resuelta heroína final, lo que hemos de destacar. También está ahí, asaltado por sus vacilaciones y su impotencia, el gran caudillo Agamenón.
Sus enfrentamientos con el turbio Menelao (una figura poco apreciada por el autor) y con Clitemnestra, que revelan ambos detalles poco nobles de su pasado, lo dejan en mal lugar, como un ambicioso mezquino. Los más nobles son la pareja de jóvenes: Ifigenia y Aquiles. Éste es un héroe en ciernes, galante y orgulloso, cuya intervención no conduce a nada. Ifigenia, otra víctima inocente sacrificada en aras de una cruel intervención divina, accede a enfrentarse voluntariamente a su muerte, pero carece de un carácter realmente trágico. Quien está sometido al conflicto de tomar una decisión trágica es Agamenón, que tiene que elegir entre su deber como estratego en jefe y su deber como padre. Ifigenia tiene tan sólo la valentía, como otras jóvenes en Eurípides, de aceptar con coraje el destino. Pero las motivaciones de la decisión de Agamenón son «demasiado humanas» y puede dudarse si lo que le fuerza es algo más que la presión del ejército y su propia ambición. Las rencillas familiares nos muestran al héroe en una perspectiva próxima y vulgar. Al final, no hay ninguna katharsis, sólo un relativo happy end; y el rencor de Clitemnestra.
Respecto a la construcción de la obra hay que subrayar que está muy bien lograda y que contiene escenas admirables. Entre ellas está la del prólogo, con su escenario nocturno y silencioso como telón de fondo al diálogo del anciano esclavo y el inquieto Agamenón. Se ha discutido la autenticidad del pasaje y el lugar de su inserción en la obra, pero no hay razones claras para rechazarlo ni alterar su situación. (Murray lo coloca detrás del prólogo más convencional del recitado de Agamenón.)
Una vez más Eurípides revela su maestría en el contraste entre dos personajes contrapuestos, y sus toques psicológicos son incisivos. Valga como ejemplo el agón entre los dos Atridas. O el encuentro entre Agamenón y Clitemnestra. La sordidez latente tras la retórica política queda desenmascarada en esos diálogos despiadados y faltos de escrúpulos personales. Por otra parte está el coro, que tiene poco que decir. En la párodos tenemos un aria lírica descriptiva, como algunos estásimos de las Fenicias o de la Electra. Los demás cantos del coro evocan temas tópicos. El fragmento lírico más elevado es la monodia de Ifigenia (vv. 1279 y sigs.), patética despedida de la vida.
En cuanto al éxodo de la tragedia, no conservamos el texto original, sino una reelaboración del mismo bastante posterior a la muerte del trágico. A partir del verso 1570 se encuentran expresiones y secuencias métricas inaceptables como auténticas. Por otro lado Eliano (alrededor de 170 a 240 de nuestra era) nos ha trasmitido tres versos del final original de la Ifigenia que no se encuentran en el texto conservado, ni encajan en él, puesto que los declama la diosa Ártemis, que como diosa ex machina debía de aparecer aquí. En lugar de tal aparición, tenemos un largo relato de mensajero, puesto en boca de un servidor real.
Los estudiosos sitúan el comienzo de la escena añadida algo antes (hacia el verso 1532) o algo después (hacia el verso 1577, como hace Murray), pero coinciden en señalar su carácter de añadido posterior. En fin, es también posible la suposición de que Eurípides no hubiera concluido del todo la pieza y que, tanto en la secuencia de algunos versos del prólogo como aquí, se notara cierta imperfección formal.